Las manos solidarias que trabajan por la inclusión: la Misión Padre Pepe y su acción social comunitaria en la Villa 21-24

El sol aún no asoma, pero en la cocina del Comedor “Amigos del Padre Pepe” ya resuena el trajín de ollas y cucharones. Son las cinco de la mañana en la Villa 21-24 de Barracas y el grupo de vecinos voluntarios se divide las tareas: algunos pican verduras, otros encienden los fuegos y manos expertas calculan las porciones. No se trata solo de preparar un almuerzo solidario; es la primera de las muchas comidas del día que garantizarán la alimentación de más de 1000 personas que acuden diariamente con condiciones de salud específicas, como hipertensión, diabetes y celiaquía. Este ritual, repetido incansablemente desde hace 24 años, es solo una de las tantas caras de la Misión Padre Pepe, una organización comunitaria que ha hecho de la inclusión su bandera.

La Villa 21-24, la más grande de la Ciudad de Buenos Aires, ocupa una superficie de 658.400 m² y alberga a más de 100.000 personas, muchas de ellas de origen paraguayo. Entre pasillos angostos y casas de material y chapa, la vida late con fuerza, pero también con desafíos. Fue en medio de una de las peores crisis económicas del país, en el año 2000, cuando el padre José “Pepe” Di Paola comenzó su trabajo pastoral en la parroquia de Caacupé. En paralelo, un grupo de vecinas y vecinos cocinaba bajo la sombra de un ombú, con el único objetivo de compartir un plato caliente, con la su comunidad que estaba quebrada en tiempos de mucha carencia y necesidad. En este camino la Misión -que adoptó el nombre del párroco por su ejemplo de entrega y solidaridad- ha crecido en estructura y alcance, siempre con la misma premisa clara: la comunidad organizada como motor del cambio y abrazar a la vida como viene. 

El derecho a la alimentación y la salud es una de las prioridades de la Misión ya que fue su primera actividad en los inicios de los años 2000. Actualmente cuenta con tres comedores activos—”Cristo de los Villeros”, “Pepe Latinoamericano” y “Amigos de Padre Pepe”— que garantizan una dieta completa a más de 3000 personas cada día. Especialmente significativo es el Comedor Saludable “Amigos de Padre Pepe”, que desde la pandemia ofrece dietas adaptadas para quienes padecen enfermedades crónicas y necesitan alimentación especial, como la celiaquía, diabetes, hipertensión, entre otras afecciones muy frecuentes sobre todo en adultos mayores.

Pero la inclusión no se detiene en la mesa. La educación es otro de los pilares fundamentales de la Misión. El Centro de Primera Infancia (CPI) “Padre Pepe” recibe a más de 250 niños de entre 45 días y 4 años, brindándoles una jornada completa con un equipo docente formado por vecinas que estudian el profesorado de Educación Inicial. Además, los programas de alfabetización para adultos han permitido que más de 2000 personas aprendan a leer y escribir en los últimos años. 

Más allá de la asistencia directa, la Misión Padre Pepe también trabaja en la generación de conocimiento y políticas de inclusión. En noviembre de 2024, presentaron el Observatorio Social por la Inclusión que realizó su primera encuesta sociocomunitaria para relevar las condiciones de vida en la villa. Este estudio, que entrevistó a 640 personas, arrojó datos clave sobre la realidad de la comunidad: el 76% de los encuestados depende exclusivamente de la cobertura pública de salud, y el 23% padece alguna enfermedad crónica. Además, el 86% de quienes necesitan medicamentos específicos los obtienen de forma gratuita a través de establecimientos públicos, aunque el 72% de quienes enfrentan obstáculos para acceder a ellos mencionan dificultades económicas. Según la encuesta del Observatorio, el 58% de las personas con padecimientos de salud requiere una dieta específica, pero el 42% no puede cumplirla debido a limitaciones económicas. Aquí es donde la Misión interviene, asegurando que nadie quede fuera de la posibilidad de alimentarse adecuadamente. Este Observatorio, alineado con la doctrina social de la Iglesia y las enseñanzas del Papa Francisco en Fratelli Tutti, busca ser una herramienta de transformación a través del conocimiento y la acción comunitaria. Los datos recopilados no solo visibilizan las necesidades de la villa, sino que también sirven como base para diseñar políticas públicas más efectivas y programas de asistencia más focalizados.

Otro de los pilares del trabajo de la Misión es el Grupo de Jóvenes que desde hace dos años vienen desarrollando la Red de Líderes Comunitarios, trabajando con el Equipo de Situación de Calle, que realiza abordajes semanales para atender la necesidad alimentaria de vecinas y vecinos que viven en los pasillos de la villa; y también en el área formativa, a través del Taller Orientarte que es un espacio que acompaña a adolescentes en la exploración vocacional y el desarrollo de herramientas para su futuro. Un grupo de estos jóvenes ha dado un paso más allá y hoy cursan carreras en distintas universidades del conurbano y también en la Universidad del Sur de Buenos Aires, donde 12 jóvenes comenzaron sus estudios en la Licenciatura en Comunicación. 

En un mundo que muchas veces margina, esta comunidad organizada demuestra cada día que la inclusión no es una utopía, sino una construcción constante. Y mientras el sol sigue su ascenso sobre la Villa 21-24, esas manos que empezaron a trabajar de madrugada ya están pensando en la comida de mañana, despidiendo a las infancias que volverán al día siguiente a sus aulas, a los jóvenes que se acompañan para entregar un trabajo de la facultad. Porque en la Misión, abrazar la vida como viene es más que un lema: es un compromiso de todos los días.